martes, 17 de noviembre de 2009

Las consecuencias de mandarse un moco

Marcos es un experto cuando se trata de meterse los dedos en la nariz. Se podría decir que es su hobby casi preferido, le gusta más que tocar el piano, pero menos que un picadito a las cinco de la tarde con los pibes. Se divierte durante horas hurgando en esos túneles interminables que son las fosas nasales, encontrando algún moco con el que hacer una bolita y después dejarla caer al vacío.
Aunque sus padres lo retan y le prohíben mirar le televisión, a Marcos le parece que no es una actividad de la que debería avergonzarse, que sus padres hacen mucho escándalo por algo que no vale la pena, y que de todos modos la televisión no es algo que lo atraiga concretamente. Sin embargo, prefiere hacerlo a escondidas para evitar las reprimendas, aunque mientras no estén mamá y papá, le da lo mismo hacerlo donde sea.
Entonces anda por todos lados con el dedito explorando un mundo nuevo dentro de la nariz. La gente ya lo conoce, ahí va Marcos, dicen cuando lo ven pasado en la bici con ese dedo husmeador, o en el asiento del colectivo, o cuando hace las compras, o cuando va trotando alrededor de la Quinta Presidencial, o incluso cuando juega al fútbol. “Dale, Marcos, usá las dos manos para atajar”, le dicen sus amigos, porque Marcos siempre va de arquero. “Nos van a matar goleando”. Pero él se niega, porque acaba de encontrar una bolita particularmente interesante, y no la quiere soltar.
Cuando llueve siempre es un problema, porque no dejan de mirarlo como temerosos de que algún edificio se le caiga encima, y no paran de advertirle que tenga cuidado. Pero mirá si le va a importar, con lo que le divierte sacarse los mocos. Por supuesto, sigue caminando hasta la parada del colectivo, que como está lloviendo va a tardar un buen rato en llegar, así que en el camino va prendiendo un pucho para terminar de disfrutarlo durante la espera (tiene que retirar el dedo por un momento para cubrir al cigarrillo del viento que amaga con apagarle el encendedor).
Marcos va pensando en lo que le va a decir a sus padres cuando se enteren de que no pudo terminar un examen por distraerse en su hobby habitual. Piensa que probablemente, mierda, metí un pie en el barro, que probablemente lo van a querer castigar, y otra vez toda la escena de que prohibida la tele, y que ponete a estudiar y dejate de joder con los mocos, Marcos, que se te va a quedar el dedo pegado a la nariz. Marcos pisa otro charco de barro, pero esta vez se resbala y cae hacia atrás, y un espasmo involuntario en las manos con ese afán de aferrarse a algo para evitar la caída hace que el dedo se le resbale hasta el fondo de la nariz, y por mucho que forcejea no puede sacarlo. Qué mierda voy a hacer ahora, piensa desesperado, no tanto por el problema de tener un dedo eternamente atascado en la nariz, sino más bien porque se va a llevar un regaño bastante incómodo y sonoro.
Como era de esperarse, al llegar estalla una repentina cascada de gritos y laputaqueteparió, pelotudo, vení que vamos al médico. Marcos entra con cierta timidez al consultorio, y le cuenta la historia al médico, que está completamente sorprendido, y después de un par de exámenes y radiografías deciden que el dedo no va a salir, y que se va a tener que aguantar el dedo en la nariz para siempre.
Cuando vuelven, se sienta en el sillón y enciende la tele. La verdad es que no le molesta el dedo, sólo que está un poco triste porque con una sola mano no va a poder tocar los Nocturnos de Chopin que siempre le gustaron tanto, porque una sola mano no le alcanza para eso.