Independientemente de lo trillado de esta idea, siento el deber-placer de escribirte, un poco porque así vuelvo a dibujarte de este lado. Verás, sos vos el desencadenante de esta adoración, el responsable de llevarla al extremo de la alabanza. Excusarás, espero, el atrevimiento con el que me dirijo hacia vos con tanta cercanía, pero es que es una cercanía necesaria, que vos mismo en cuerpo y alma lograste construir, con paciencia y esfuerzo (pero no tanto, con tanta facilidad cautivabas el cariño de tus lectores), como un castillo de cartas, aunque ni el torbellino más feroz logró derribarlo. Hoy, años después de tu muerte, tamaña construcción, proveniente de tus manos, arquitecto sublime, continúa de pie, y es por esto que te escribo.
Bien dijo Gabriel García Márquez: “Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias; Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción.”
Devoción tal que no puede describirse. Devoción absoluta, como escasos artistas logran generar. Devoción hasta el punto de ser un amor platónico, idealizado e inalcanzable, “Somos este encuentro desde tiempos y espacios distintos, una anulación de esos tiempos y esos espacios”. Un amor separado por relojes, tormentas y polvos ancestrales; por tierra, humedad y gusanos.
Al irte “a mirar las flores del lado de las raíces”, dejaste del Lado de Acá a generaciones, centenares, miles, incontables devotos que suspiran hasta las lágrimas por cada frase. Tu muerte fue una y mil muertes; cada día renacés para irte otra vez
Catorce de Febrero. Día de los enamorados y, dado a eso que llamamos azar a falta de su verdadero nombre, a las casualidades que tanto admirabas, dejaste aquí a una multitud enamorada que, derramándose sobre tu imagen, llorando con doloroso espanto, a la vez llora con un amor inconmensurable, con calidez, con devoción. Al irte, se fue un maestro, un sueño, un ídolo, un hermano, un ejemplo, un amor.
Veintitantos años después, otra generación de multitudes alaban a tu fantasma, lloran tras imaginarte ahí, mirando las flores del lado de las raíces; soñándote, pensándote. Una multitud que es un Oliveira cualquiera que busca a su Maga, que te busca a vos en cada palabra, cada poema, cada letra, un ciclo elíptico de adoración, esperando quizá encontrarte, alto, barbudo y sonriente, sutil y elegantemente fumador, en alguna esquina, algún puente, alguna vidriera, en algún aliento imperceptible.
Hoy, te lloro porque te sentí morir otra vez; hoy te lloro porque lloro con la multitud fascinada, devota, enamorada de tu magia, tu jazz, tus gatos, del lenguaje que construiste y que hoy hablamos. Hoy, te sigo buscando, y espero encontrarte, siquiera, en un pedacito de estrella.
Odio a mi vecino el baterista
Hace 14 años