domingo, 28 de diciembre de 2008

Homenaje a Julio Cortázar

Independientemente de lo trillado de esta idea, siento el deber-placer de escribirte, un poco porque así vuelvo a dibujarte de este lado. Verás, sos vos el desencadenante de esta adoración, el responsable de llevarla al extremo de la alabanza. Excusarás, espero, el atrevimiento con el que me dirijo hacia vos con tanta cercanía, pero es que es una cercanía necesaria, que vos mismo en cuerpo y alma lograste construir, con paciencia y esfuerzo (pero no tanto, con tanta facilidad cautivabas el cariño de tus lectores), como un castillo de cartas, aunque ni el torbellino más feroz logró derribarlo. Hoy, años después de tu muerte, tamaña construcción, proveniente de tus manos, arquitecto sublime, continúa de pie, y es por esto que te escribo.

Bien dijo Gabriel García Márquez: “Los ídolos infunden respeto, admiración, cariño y, por supuesto, grandes envidias; Cortázar inspiraba todos esos sentimientos como muy pocos escritores, pero inspiraba además otro menos frecuente: la devoción.”

Devoción tal que no puede describirse. Devoción absoluta, como escasos artistas logran generar. Devoción hasta el punto de ser un amor platónico, idealizado e inalcanzable, “
Somos este encuentro desde tiempos y espacios distintos, una anulación de esos tiempos y esos espacios”. Un amor separado por relojes, tormentas y polvos ancestrales; por tierra, humedad y gusanos.
Al irte “a mirar las flores del lado de las raíces”, dejaste del Lado de Acá a generaciones, centenares, miles, incontables devotos que suspiran hasta las lágrimas por cada frase. Tu muerte fue una y mil muertes; cada día renacés para irte otra vez
Catorce de Febrero. Día de los enamorados y, dado a eso que llamamos azar a falta de su verdadero nombre, a las casualidades que tanto admirabas, dejaste aquí a una multitud enamorada que, derramándose sobre tu imagen, llorando con doloroso espanto, a la vez llora con un amor inconmensurable, con calidez, con devoción. Al irte, se fue un maestro, un sueño, un ídolo, un hermano, un ejemplo, un amor.
Veintitantos años después, otra generación de multitudes alaban a tu fantasma, lloran tras imaginarte ahí, mirando las flores del lado de las raíces; soñándote, pensándote. Una multitud que es un Oliveira cualquiera que busca a su Maga, que te busca a vos en cada palabra, cada poema, cada letra, un ciclo elíptico de adoración, esperando quizá encontrarte, alto, barbudo y sonriente, sutil y elegantemente fumador, en alguna esquina, algún puente, alguna vidriera, en algún aliento imperceptible.
Hoy, te lloro porque te sentí morir otra vez; hoy te lloro porque lloro con la multitud fascinada, devota, enamorada de tu magia, tu jazz, tus gatos, del lenguaje que construiste y que hoy hablamos. Hoy, te sigo buscando, y espero encontrarte, siquiera, en un pedacito de estrella.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

Si he de vivir..

Si he de vivir sin ti, que sea duro y cruento,
la sopa fría, los zapatos rotos, o que en mitad de la opulencia
se alce la rama seca de la tos, ladrándome
tu nombre deformado, las vocales de espuma, y en los dedos
se me peguen las sábanas, y nada me dé paz.
No aprenderé por eso a quererte mejor,
pero desalojado de la felicidad
sabré cuánta me dabas con solamente a veces estar cerca.

Fragmento de “Si He de Vivir” – Julio Cortázar



Es difícil escribir sobre vos. Es incluso más difícil no hacerlo y resignarme a una ausencia como un hueco, como un agujero negro en el pecho, en una mente acribillada de memorias, en el alma, entregarte a una persistencia de nudo en la garganta y lágrimas que no caen y se absorben nuevamente en la cuenca de los ojos. No quiero que seas eso, quiero que tu persistencia sea, al menos, un suspiro inesperado cuando creo oír sólo silencio. Si mis ojos no pueden hacerlo, la tinta llora palabras por mí.
Es un estorbo inevitable el verte en mis recuerdos; lo evito, juro que lo intento, pero inevitablemente te busco en cada cosa que me recuerda a vos, como un fantasma que me hostiga con ternura, subconscientemente te pinto en paisajes inesperados.
Quisiera que no acudieras a mi mente sino con tu alegría siempre risueña, con ese humor óptimo de siempre, con tu cálido gigantismo de oso de felpa. Pero, contrariamente, de la mano trae consigo esas memorias más terribles, de bruma negra y pegajosa que se adhiere como petróleo y duele, ahí, en el pecho. Entonces vuelvo a ver tus pómulos fríos, tu frente alta de nácar blanco, tu rostro con una rigidez gris que no te pertenece, la sombra oscura de tus ojos que duermen eternamente en silencio, tu cabello abundante reducido a una pelusita negra que apenas llega a cubrirte la cabeza. Sin pensarlo, te imagino un hálito que te infla el pecho y por un instante creo que respirás. Pero no. Y otra vez veo tu fantasma alegre en la sala blanca de hospital (que no la vi, pero sé que es blanca, igual que tu rostro demacrado y feliz, tu rostro cansado y optimista, igual que tus alas). Y estás ahí, en el hospital y sos real, y vivo tu lucha contra el blanco llano que te devora, blanco-hospital, blanco-sábanas, blanco-glóbulos, blanco-enfermedad, blanco como una cáscara vacía. Marea blanca que te consume, marea blanca infectada.
Y estás ahí, te vivo otra vez, te lloro otra vez, te pido otra vez que no seas este fantasma blanco, que seas un mal sueño, te ruego otra vez que al despertar sigas respirando, que todo esto sea irreal, un cuento fantástico, una película, pero no la verdad, que el desgarro en el alma, que cada golpe de dolor furioso sea una mentira; que no te hayas ido, que hayas ganado la batalla, que seas el triunfador en ese Round contra el blanco que te consume, el blanco-hospital, blanco-sábanas, blanco-glóbulos, blanco-enfermedad. Blanco-muerte.