Seguramente la consciencia se pregunta, ¿qué es ese fuego que nace en algún punto del centro del cuerpo y se expande casi por ósmosis hasta la punta de los dedos, recorriendo cada centímetro, cada partícula que vibra con aquellas ondas invisibles?
Ella está encantada. Bajo el hechizo inexplicable de las miradas, y no es amor. Quizá pasión, quizá algo más oscuro, profundo e indescriptible, un sentimiento más siniestro que se apodera de la mente y de los sentidos, que la hace estremecerse desde el cuerpo hasta el alma. Un roce de la piel cálida que eriza los pelos, que irradia una fiebre consumidora. Está bajo su poderío, entregada a un dominio hipnotizante, a una fascinación indiscutible, incontrolable.
Él es misterio, encanto, intriga y penumbra. Él es una atracción morbosa, un silencio tenebroso que la posee, la absorbe hacia las tinieblas sin permitirle siquiera resistirse, es una aberración que la cautiva, la atrapa entre su lazo tirano, un arrebato de llamas que envuelven el todo y lo simplifican a cenizas, una incandescencia fruto de la combustión del tacto, la respiración lenta y caliente, una violencia y un dolor dulce.
El impulso que fluye, la libido que emana frenéticamente. La ira, la excitación, el miedo que también es seductor. La sangre que corre furiosa. El rendirse hacia los sueños más sombríos, la colisión de dos mundos disparados el uno hacia el otro sin poder detenerse a una velocidad magnética, el caos, las chispas, el humo. La barbarie, la pasión, el fuego. El fuego, la barbarie, la pasión. Energía, fogosidad, ardor.
Y ella no se resiste. Ella le pertenece, se sume cada vez más en esa oscuridad que la avasalla y la encandila, la conquista y la pierde. Un secreto negro y nefasto, un ímpetu de misterio y silencios y noches. La música. Ella. Él.
Odio a mi vecino el baterista
Hace 14 años