Yo no quería robarme tu frase, pero era tan linda que me la tuve que llevar. Quizá porque siempre me serviste de inspiración, el verte venía siempre adosado con una o dos palabras de la mano que después yo tenía que recortar y pegar en un papel. Pero esta vez la inspiración no salió como de un halo que emanaba desde tus ojos y llegaba a mi piel... Esta vez la frase fue simplemente tuya, y yo no pude más que llevármela. Al principio no entendía muy bien por qué, pero pensaba en una muerte de otoño, y en seguida me acordé de Julia, que yo había adivinado su nombre, de la terraza y la sombra sobre el parquet.
La mente me está jugando juegos, Sigmund tenía razón con lo de los actos fallidos. Alfombra, quise decir alfombra. Aunque tal vez fuera en realidad una sombra lo que... En fin, no viene al caso, al menos hasta que sepas el resto.
No quería decírtelo, pero es imprescindible, y además creo que es mi deber darte por enterada, sobre todo si voy a estar robándote toda una frase, no una palabrita inmunda, sino una frase entera que además es muy linda.
Lo que pasó es que pusieron un candado en la puerta de la terraza que me corresponde. Me costó un poco decirles que la extrañaba, pero era lo mejor que podía hacerse, vos sabés, el otro me hacía sentir mal cada vez que aparecía por ahí. En realidad yo no quería, Margo, yo te dije muchas veces que a mí me gustaba que estuviera ahí, aunque me hiciera sufrir y terminara estrellando las copas contra el piso, y las lagunas mentales que venían al día siguiente. Pero ellos no me dejaron ni quejarme, simplemente un día llegué y mi terraza estaba cerrada.
La otra noche me encontré a la hija del encargado allá, no sé qué estaría haciendo. Tampoco quise preguntarle, aunque la puerta también es mía, pero temí sonar maleducada. No quiero que crean que yo soy maleducada, yo siempre trato de ser amable, los espero cuando tienen que subir al ascensor, y hasta a veces los invito a tomar el té, no importa que sea por pura cortesía, pero yo los invito igual, aunque siempre me queme la lengua.
Me pareció tan extraño, Margo, que ella anduviera dando vueltas por ahí. Un poco por el lado de Teresa, que siempre se está quejando de algo, pero generalmente se acercaba a mi candado, porque ya no es una terraza, para mí es un candado que esconde una entrada, que esconde... bueno, eso, vos sabrás.
Hoy escuché a mi vecina que decía algo del olor cuando abría la puerta. Es increíble cómo Teresa siempre tiene algo que acotar, siempre nota todo. Es medio híbrida, con ojos de águila, un olfato de sabueso y un oído como de gato (aunque me dijeron que las ballenas tienen mejor oído). Tampoco quise ser inoportuna con mi intromisión, así que no le cuestioné nada.
Los demás me dicen que pregunte por qué está el candado ése, ya que me corresponde la terraza, pero me da no sé qué, por miedo a transformarme en arco iris frente al encargado cuando responda.
Te imaginarás que a esta altura yo ya no quería saber nada de la terraza, ni del olor, ni de la hija del encargado, aparte que los colores de las paredes me reventaban los oídos. Me quiero mudar, me da miedo toda esta gente que además me puede llegar a pensar maleducada, y yo no quiero, ni siquiera me dijeron feliz día ayer cuando festejaban con el vino. Yo bajé a la entrada y todos me miraban con cara rara, como si supieran algo que me escondían, pero detenerme ahí para escuchar ojos y lenguas... No, mejor no. Más vale me deslizo por la escalera de nuevo como si no pasara nada, porque subirme al ascensor cuando acabo de salir de él puede parecer algo sospechoso. Me parece que tengo como una especie de Síndrome de Absolución, o algo por el estilo.
Ya hace dos semanas que la terraza está cerrada, yo todavía no me entero por qué. ¿Creés que debería preguntar? Yo soy muy temerosa, vos lo sabés bien, no puedo simplemente ir y meter la nariz en sus asuntos, además que no quiero que finalmente abran la puerta, que el otro aparezca otra vez a la noche y tener que cerrarla de nuevo. Intenté muchas veces decirle que se vaya, pero apenas resulta, no puedo hacer eso porque yo lo quiero, y me da algo de pena que quiera aparecer y esté encerrado ahí. En parte es como una enajenación que tiene sobre mí, como si quisiera salir y él no me dejara.
Por otro lado, Juan me invitó a tomar un café a su casa. Le dije que no, no me gusta el café, e igualmente no podía dejar a la terraza sola, me corresponde y yo me tengo que hacer cargo aunque esté cerrada con un candado y yo no sepa por qué.
No sé qué decirte, Margo. Al final tuve que robarte las palabras, pero no me sirvió para nada, porque el candado sigue cerrado, y el encargado y su hija no me dicen nada. Yo no puedo ir a preguntarles, me da cierta cosa. Tampoco puedo mudarme, dejar la terraza sola, cuando el otro puede aparecer en cualquier momento... ¿Te imaginás el desastre que se armaría? No, voy a tener que quedarme acá y cuidar el candado, me traje el collar de Ópalo que me trajiste como recuerdo de París para que me haga compañía. Hace tres días que estoy sentada acá, Julia me trae el almuerzo y la cena, y de vez en cuando le pido que me alcance un té y una medialuna para la merienda, siempre me gustó eso de tomar el té a las cinco. Los vecinos me miran raro, pero no me interesa, ahora lo único que me importa es cuidar el candado de la terraza que me corresponde, por las dudas de que alguien quiera abrirla, el otro aparezca y se arme lío.
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