viernes, 29 de agosto de 2008

Oxímoron

Podría bien decirse que seríamos la paradoja, el milagro, la imposibilidad de las leyes de la naturaleza, una deformación de la física cuántica, la eliminación de pleonasmos. “Así los gnósticos hablaron de una luz oscura; los alquimistas, de un sol negro.”
Impredecible, sorprendente, irónicamente correcto. Pero sobre todo seríamos fuego, pasión, penumbra dulce y profunda, enigma irresoluble, quizá una oscura melodía de Mozart, un piano íntegro y estruendoso, una tormenta de viento y nubes negras y relámpagos como estrías luminosas.
Yo no sé qué seríamos si no fuéramos nosotros. (Pero afortunadamente lo somos)

martes, 19 de agosto de 2008

A piacere

Me gusta la época del año en la que se te van los fantasmitas. Ahí, cuando las hojas muertas ya encontraron su lecho en las veredas, y yo me pregunto a dónde irán. Abramos bien grandes los ojos, pensemos en Júpiter o en Nueva York, quizás te sienta venir de otra galaxia, en una paloma como una estrella fugaz.
Es justo que nadie hable de lo que fuimos nosotros. Las páginas se borraron con la lluvia, igual que tus cartas cuando me las olvidé bajo el árbol deshojado, yo estaba triste porque vos te ibas y en cada paso que contaba, te sentía un poco más lejos de mí. Y ahí vi el primer fantasmita que se escapaba entre tus labios, apenas una neblinita misteriosa que salía disimuladamente como vapor y se extinguía en el aire. Aun sigo preguntándome a dónde se habrá ido, si bien tengo la certeza de que ése no era el único y aunque se te hinche la cabeza por la cantidad de libros leídos, siempre, siempre va a salir uno más.
Las puertas se cerraron todas a la vez, como si quisieran escondernos algo. Figurativamente hablando, claro, bien sabíamos que eran todas ventanas. Nos dejamos hundir por el chiste fácil, sí, suspiramos en cada ventana y atrapamos el aire con una mano. Estábamos errados al pensar que si no fuéramos nosotros, o si no quisiéramos serlo, seríamos otra cosa que no es lo que ahora somos, porque quizá ni siquiera seríamos: “Existencia es lo que nunca es objeto”, claves del existencialismo, aunque no estamos para falacias sobre la libertad de elegir, bien sabemos que el amor es tirano y sustantivo, y nosotros, simples mortales, no podemos más que respetarlo con sumisión.
[i]Ruby Slippers[/i], eso quisiéramos, mas no hay Ciudad Esmeralda, no hay dulce sueño de amapolas ni hadas ni brujas. Cuando nos despertamos, el sueño sigue ahí por un rato y desaparece, se va, lejos. Como los fantasmitas.
Retomando los fantasmitas, a mí me gusta la época del año en la que se van porque podemos verlos por unos segundos. Nos miran con intensidad (¿La sentís? ¿Podés sentir la intensidad, podés verla? Está ahí, al alcance de nuestras manos...), y de golpe se desvanecen como si nunca hubieran estado ahí. Fácilmente comparables con la vida humana, ¿no? Tan intensos por un instante fugaz, tan en primera persona hasta que desaparecemos dejando nada más que una sensación homodiegética y un recuerdo y, a veces, una tristeza. Entonces el protagonismo pasa a ser dominio de alguien más, de otro fantasmita.
La tarde en que vi tu primer fantasma vos me miraste a los ojos y yo rogué que el que estaba ahí no fuera eso, sino lo que yo quería ver y que alguna vez fuiste vos. Pero cuando nos encontramos en ese congelamiento lo que vi era otra cosa. Eras eso que a mí siempre me dio miedo ver, esa pesadilla materializada en piel y dos ojos que me miraban fijo. Vos no lloraste, pero yo juro que te vi una lágrima detrás de los ojos. Y muy al final, cuando lo que se veía de vos apenas era la espalda y el pelo a lo lejos, el fantasmita me dijo que vos también estabas triste.
Por esta vez creo que voy a hacerle caso, y dejarte que te lleves ese adiós incomparable.

sábado, 16 de agosto de 2008

Apenas resulta



Yo no quería robarme tu frase, pero era tan linda que me la tuve que llevar. Quizá porque siempre me serviste de inspiración, el verte venía siempre adosado con una o dos palabras de la mano que después yo tenía que recortar y pegar en un papel. Pero esta vez la inspiración no salió como de un halo que emanaba desde tus ojos y llegaba a mi piel... Esta vez la frase fue simplemente tuya, y yo no pude más que llevármela. Al principio no entendía muy bien por qué, pero pensaba en una muerte de otoño, y en seguida me acordé de Julia, que yo había adivinado su nombre, de la terraza y la sombra sobre el parquet.
La mente me está jugando juegos, Sigmund tenía razón con lo de los actos fallidos. Alfombra, quise decir alfombra. Aunque tal vez fuera en realidad una sombra lo que... En fin, no viene al caso, al menos hasta que sepas el resto.
No quería decírtelo, pero es imprescindible, y además creo que es mi deber darte por enterada, sobre todo si voy a estar robándote toda una frase, no una palabrita inmunda, sino una frase entera que además es muy linda.
Lo que pasó es que pusieron un candado en la puerta de la terraza que me corresponde. Me costó un poco decirles que la extrañaba, pero era lo mejor que podía hacerse, vos sabés, el otro me hacía sentir mal cada vez que aparecía por ahí. En realidad yo no quería, Margo, yo te dije muchas veces que a mí me gustaba que estuviera ahí, aunque me hiciera sufrir y terminara estrellando las copas contra el piso, y las lagunas mentales que venían al día siguiente. Pero ellos no me dejaron ni quejarme, simplemente un día llegué y mi terraza estaba cerrada.
La otra noche me encontré a la hija del encargado allá, no sé qué estaría haciendo. Tampoco quise preguntarle, aunque la puerta también es mía, pero temí sonar maleducada. No quiero que crean que yo soy maleducada, yo siempre trato de ser amable, los espero cuando tienen que subir al ascensor, y hasta a veces los invito a tomar el té, no importa que sea por pura cortesía, pero yo los invito igual, aunque siempre me queme la lengua.
Me pareció tan extraño, Margo, que ella anduviera dando vueltas por ahí. Un poco por el lado de Teresa, que siempre se está quejando de algo, pero generalmente se acercaba a mi candado, porque ya no es una terraza, para mí es un candado que esconde una entrada, que esconde... bueno, eso, vos sabrás.
Hoy escuché a mi vecina que decía algo del olor cuando abría la puerta. Es increíble cómo Teresa siempre tiene algo que acotar, siempre nota todo. Es medio híbrida, con ojos de águila, un olfato de sabueso y un oído como de gato (aunque me dijeron que las ballenas tienen mejor oído). Tampoco quise ser inoportuna con mi intromisión, así que no le cuestioné nada.
Los demás me dicen que pregunte por qué está el candado ése, ya que me corresponde la terraza, pero me da no sé qué, por miedo a transformarme en arco iris frente al encargado cuando responda.
Te imaginarás que a esta altura yo ya no quería saber nada de la terraza, ni del olor, ni de la hija del encargado, aparte que los colores de las paredes me reventaban los oídos. Me quiero mudar, me da miedo toda esta gente que además me puede llegar a pensar maleducada, y yo no quiero, ni siquiera me dijeron feliz día ayer cuando festejaban con el vino. Yo bajé a la entrada y todos me miraban con cara rara, como si supieran algo que me escondían, pero detenerme ahí para escuchar ojos y lenguas... No, mejor no. Más vale me deslizo por la escalera de nuevo como si no pasara nada, porque subirme al ascensor cuando acabo de salir de él puede parecer algo sospechoso. Me parece que tengo como una especie de Síndrome de Absolución, o algo por el estilo.
Ya hace dos semanas que la terraza está cerrada, yo todavía no me entero por qué. ¿Creés que debería preguntar? Yo soy muy temerosa, vos lo sabés bien, no puedo simplemente ir y meter la nariz en sus asuntos, además que no quiero que finalmente abran la puerta, que el otro aparezca otra vez a la noche y tener que cerrarla de nuevo. Intenté muchas veces decirle que se vaya, pero apenas resulta, no puedo hacer eso porque yo lo quiero, y me da algo de pena que quiera aparecer y esté encerrado ahí. En parte es como una enajenación que tiene sobre mí, como si quisiera salir y él no me dejara.
Por otro lado, Juan me invitó a tomar un café a su casa. Le dije que no, no me gusta el café, e igualmente no podía dejar a la terraza sola, me corresponde y yo me tengo que hacer cargo aunque esté cerrada con un candado y yo no sepa por qué.
No sé qué decirte, Margo. Al final tuve que robarte las palabras, pero no me sirvió para nada, porque el candado sigue cerrado, y el encargado y su hija no me dicen nada. Yo no puedo ir a preguntarles, me da cierta cosa. Tampoco puedo mudarme, dejar la terraza sola, cuando el otro puede aparecer en cualquier momento... ¿Te imaginás el desastre que se armaría? No, voy a tener que quedarme acá y cuidar el candado, me traje el collar de Ópalo que me trajiste como recuerdo de París para que me haga compañía. Hace tres días que estoy sentada acá, Julia me trae el almuerzo y la cena, y de vez en cuando le pido que me alcance un té y una medialuna para la merienda, siempre me gustó eso de tomar el té a las cinco. Los vecinos me miran raro, pero no me interesa, ahora lo único que me importa es cuidar el candado de la terraza que me corresponde, por las dudas de que alguien quiera abrirla, el otro aparezca y se arme lío.

lunes, 11 de agosto de 2008

Cómo gasto papeles recordándote

-"Somos soledad hasta que el que nos está abrazando nos demuestra lo contrario." Qué lindo. Triste, pero lindo.
- Jeje. Tan tuyo, tan mío.
- ¿Somos tristes pero lindos?
- Sí. De tan tristes somos hermosos.
- Si al menos supiésemos aprovecharlo.Yo sólo sé derrochar lágrimas, y sentimientos y palabras que se van volando porque nadie las quiere.
"Esta ternura y estas manos libres,
¿a quién darlas bajo el viento ? Tanto arroz
para la zorra, y en medio del llamado
la ansiedad de esa puerta abierta para nadie."

La ansiedad de esa puerta abierta para nadie... cuanta verdad.
- ¿A quién se las diste?
- ¿Las manos?¿O las palabras?
- Las palabras.
- Las palabras.. En su momento se las di a Él, pero siempre menospreció las palabras. Se manejaba mejor con los gestos. Y ahora tengo palabras sueltas. Palabras llenas de sentimiento, pero no tengo a quién dárselas.
- Y tal vez deberías buscar a quién darselas.
- Hay que ver quién quiere aceptarlas.
- Yo ya busqué mucho y siempre con un resultado similar a quedarme mirando como mis opciones se van en los labios de otro.
- Yo me cansé de buscar, y de arrojar palabras y besos que nunca existieron. Al final nunca encuentro.Al final a mí nadie me busca.
- Si mirás bien somos la alegría. Solo por un simple juego de contrastes.
- ¿Cómo?
- Nosotros somos la tristeza, y por oposición existe la alegría.
- Pero la alegría se opone a nosotros, que somos tristeza. La alegría está en otro lado, en lo que se opone.
- Entonces nosotros damos nombre, lugar, forma, a esa alegría.
- ¿Pero entonces por qué no puedo disfrutar de esa alegría?
- Entonces... No lo se. Yo también la disfrutaría. Y sería alegría y tristeza.
- Pero la alegría es para compartir. De nada sirve una alegría cuando hay soledad, de nada sirve un triunfo, o una felicidad pequeña si no hay con quién disfrutarla.
- La alegría es como una cindor. O como almendras.
- Jajajaja, las almendras
- Pero a veces tenemos nuestra alegría que no la podemos compartir con nadie porque nadie la quiere.
- Como yo. Yo tengo algo de alegría guardada, pero está guardada porque no tengo con quién compartirla. Por eso sólo dejo ver tristeza.
- Vos tenés que decirle... A los chicos, así como yo hice ayer con las almendras, que tenés una bolsita de alegría... si la quieren compartir con vos.
- ¿Y si no quieren? Se vuelve humillante ofrecer alegría (y palabras llenas de sentimiento, porque tengo muchas) y que las rechacen. A veces el miedo no te deja ofrecer.
- Se vuelve humillante no ofrecer nada y quedarse triste en un rincón mientras todos son felices a tu al rededor. Yo te comprendo. No tengas miedo a lo que va a pasar, si no a lo que no va a pasar. A lo que va a faltar. Pero para tener miedo a que falte tenés que tener.
- "Si en el momento de lanzarse hubiera tenido la fuerza de creer firmemente en la realización de su amor, hubiese volado hacia arriba a reunirse con su estrella."
Yo creo que soy un poco como ese hombre. A veces quiero creer en mi estrella, pero nunca me decido a saltar, por temor a caerme. Y espero en silencio a que la estrella venga a mí. Pero eso nunca pasa, los hombres son los que saltan, las estrellas las que deben esperar (aunque no siempre esperan)
Y cuando leo ese cuento encuentro alguna esperanza dando vueltas por ahí, entre el vacío olvidado y lleno de pelusas. Pero en cuanto vuelvo a la vida real, se me escapa, y otra vez el miedo.
- Yo no puedo ser distinto, no puedo saltar, o no puedo brillar. No puedo llamar la atención y me siento pobre, menos que otros. Pero siempre hay oportunidades aunque no es la persona que realmente quiero.
- Son todos desencuentros. Supongo que uno, cuando es hombre y quiere saltar, a la vez es una estrella. El problema es combinar eso, ser estrella o ser hombre.
- Solo quiero ser los brazos de un amor que no requiera tanta espera. No decepcionarme al menos por un ratito. Después, en el futuro pasarán más cosas, pero ahora, un rato estaría bien.
- Yo te entiendo. Yo también quiero eso. Aunque en el fondo tenga miedo, esté llena de miedos de enamorarme. Temor a querer otra vez, pero al mismo tiempo un deseo profundo.
- El miedo refuerza el deseo. El deseo justifica al miedo. Y los dos mueven a la persona.

domingo, 10 de agosto de 2008

A lo mejor si nos tapamos un ojo..

Por esa discrepancia de origen sideral que nos iba a llevar por otros caminos, uno o dos caminos distintos a los que no íbamos a acceder para poder vernos.
Yo sabía que te había perdido (si es que se puede perder algo que nunca se tuvo), pero yo supe que te había perdido desde el momento en el que te ví acercarte.
Quizá la solución fuera dividirnos.